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Traductor: Sebastian Betti
Revisor: Mariano Carrasco
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¿Hay algún otro padre aquí
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que se haya esforzado por
sacar a sus hijos a tiempo?
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(Risas)
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Así que, ya saben, ¿no?
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Es como pastorear gatitos.
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(Risas)
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Mi esposa y yo empezábamos
a regañar a nuestras tres hijas
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mucho antes de que fuera hora de irnos,
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pero obviamente eso no funcionaba
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porque siempre
llegábamos tarde a todo.
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Pero un día fue un caos total.
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Cinco minutos antes de que tuviéramos
que salir para un evento importante,
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encontré a mi hija mayor
leyendo en el porche,
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a mi hija mediana tocando el piano
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y a mi hija menor sin calcetines.
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Así que les dije: “Dejen de leer,
dejen de tocar el piano,
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pónganse los calcetines
y suban todas al auto".
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Cinco minutos después,
no había nadie en el auto.
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(Risas)
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Cuando iba a ayudar a mi hija
menor con los calcetines,
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me di cuenta de que mi hija mayor
seguía leyendo en el porche.
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Empiezo a perder la paciencia.
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¿Su respuesta?
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"No te escuché".
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Pero antes de que
pudiera decir una palabra,
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oí que el piano volvía a sonar.
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(Risas)
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Y esa es la historia
de cómo perdí la cabeza.
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El final.
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(Risas)
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Solo quería que mis hijas asumieran
un poco de responsabilidad
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por salir por la puerta a tiempo.
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Pero luego recordé algo que
enseño a los equipos directivos.
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No puedes inspirar
responsabilidad en los demás
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hasta que tú mismo la asumas.
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Entonces me di cuenta
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de que no asumía ninguna
responsabilidad por este problema,
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sino que culpaba totalmente a mis hijas.
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Así que probé un enfoque
diferente y me miré al espejo.
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¿Qué estaba haciendo o dejando de hacer
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que pudieraº estar
contribuyendo a este problema?
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Entonces me di cuenta.
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Sabía cuándo tenían que estar
listas para desayunar, vestirlas,
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arreglarlas y listas para partir.
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¿Pero lo hicieron?
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También sabía qué hora era,
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pero no había relojes en sus baños,
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descubrí una dimensión
diferente de mis hijas,
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donde el tiempo deja de existir.
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(Risas)
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Solución.
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Coloqué relojes grandes por todas partes
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y publiqué el horario en un área común.
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¿Y saben qué?
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De hecho, funcionó.
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Ahora no somos perfectos para salir
por la puerta a tiempo,
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pero es mucho mejor de lo que era.
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Había caído en la misma trampa
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en la que caen muchas personas
que ocupan puestos de liderazgo,
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que es culpar a otras
personas por un problema
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sin tener en cuenta
mi participación en él.
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Mientras trabajaba
con equipos de liderazgo,
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descubrí tres hábitos poderosos
que elevan el desempeño de los demás.
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Lo llamo los tres hábitos
de la responsabilidad personal.
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Hábito número uno: no culpes.
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Hábito dos: mírate en el espejo.
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Hábito tres: diseña la solución.
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Esta secuencia de hábitos
tiene un efecto casi mágico
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en el comportamiento de otras personas.
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Y obtienes mejores resultados.
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Pero esto no es solo
para directores ejecutivos y gerentes.
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Todos estamos intentando ayudar
a los demás a ser mejores, ¿verdad?
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Como padre, compañero
de trabajo o voluntario.
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He aquí por qué funcionan estos hábitos.
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Hábito número uno: no culpes.
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Piensen en la última vez
que culparon a alguien por algo.
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¿Cómo resultó?
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Probablemente no fue bien.
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Eso se debe a que el cerebro interpreta
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la culpa de la misma manera
que interpreta un ataque físico.
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La culpa desencadena
la respuesta de lucha o huida,
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que bloquea de manera
efectiva nuestra corteza prefrontal,
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que es la parte del cerebro
que resuelve problemas.
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Así que cuando me enfadaba
con mis hijas, no las motivaba.
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De hecho, estaba alterando
su función cerebral.
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La investigadora, la Dra. Amy Edmondson,
estudió los equipos de los hospitales
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para ver cómo la cultura
afecta la disposición de las personas
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a denunciar los errores médicos.
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Esperaba que los equipos de alto
rendimiento cometieran menos errores,
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pero para su sorpresa,
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reportaron más errores.
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¿Por qué?
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Porque cuando no se culpa
a las personas por los problemas,
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están más dispuestas a admitir
sus errores y aprender de ellos.
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Sin embargo, en la cultura de la culpa,
las personas ocultan sus problemas
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o señalan con el dedo a otra persona.
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Nadie va a asumir la responsabilidad
si cree que se le va a culpar por hacerlo.
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La culpa destruye el trabajo en equipo,
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la resolución de problemas,
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el aprendizaje y la iniciativa.
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En otras palabras, la culpa
mata la responsabilidad.
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¿Qué debemos hacer en su lugar?
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Hábito número dos: mírate en el espejo.
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La mayoría de nosotros somos muy buenos
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para darnos cuenta
de los errores de otras personas,
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pero no somos tan buenos
para darnos cuenta
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de cómo contribuimos a los problemas.
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Una vez, mi asistente me ayudó a enviar
cientos de costosos paquetes de marketing
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a posibles clientes.
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Tres semanas después, no hubo respuestas.
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Así que revisé una
de las cartas de presentación.
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Decía: "Estimado Sr. Smith:
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[inserte aquí el nombre de la empresa]".
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(Risas)
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Se saltó uno de los
campos variables de cada letra.
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Miles de dólares tirados por el desagüe.
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Ahora, se sentía muy mal y dijo:
"Es totalmente mi culpa".
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Estaba pensando: "Tienes toda la razón,
esto es totalmente tu culpa".
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(Risas)
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Pero luego me miré al espejo
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y me di cuenta de que no había resaltado
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ninguno de los campos
variables en amarillo
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como lo están en todas
nuestras otras plantillas.
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Si lo hubiera hecho,
no se lo habría perdido.
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Ahora bien, no digo que todos
los problemas sean por mi culpa.
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Pero si analizo mis problemas
con suficiente atención,
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por lo general puedo descubrir
cómo mis acciones o inacciones
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contribuyeron a ellos de alguna manera.
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Esta es una visión profunda
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porque si puedo ver
mi papel en un problema,
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puedo hacer algo al respecto.
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La próxima vez que se encuentren
con un problema, prueben esto.
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Pregúntense: “¿Cómo puedo haber
contribuido a este problema?”.
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Enseñé estos principios
a una empresa de construcción
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y me puse en contacto con ellos
unas semanas más tarde
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para ver cómo habían cambiado las cosas.
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Un director de proyecto
me contó la siguiente historia.
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"Nuestro director general
es un culpable total,
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y las reuniones de equipo suelen
convertirse en sesiones de culpas.
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Pero una semana después
de que nos enseñaras estos principios,
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la reunión fue muy diferente.
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Cuando nuestro director general
identificó un problema,
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estuvo a punto de echarle la culpa
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a la persona que creía
que era responsable.
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Pero luego se detuvo,
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apoyó la cabeza entre
la mano durante un momento,
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levantó la vista y dijo:
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“Creo que así es como
he contribuido al problema”.
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El estado de ánimo imperante
en esa reunión cambió al instante.
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Y luego vi algo que
nunca había visto antes.
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Otras personas empezaron
a levantar la mano diciendo:
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"No, jefe, no fue solo tu culpa.
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Así es como creo
que contribuí al problema".
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Cuando los líderes reconocen primero
su papel en los problemas
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es seguro que todos los demás
pueden hacer lo mismo.
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Y si nadie más hace lo mismo,
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entonces te has ganado
la autoridad moral para preguntar:
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"¿Y cómo puedes haber
contribuido a este problema?"
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Antes de que otros nos
permitan hacerlos responsables,
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primero deben ver que nos hacemos
responsables nosotros mismos.
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Ahora, ¿qué pasa si la causa de su
problema no es la que creen que es?
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Hábito tres: diseñar la solución.
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Cuando suceden cosas malas,
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nuestros cerebros están programados
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para culpar a la persona más cercana
al desastre e ignorar otras causas.
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Afortunadamente, hay una solución.
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Se llama "pensamiento sistémico"
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y consiste en observar cómo el entorno
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y los procesos influyen
en el comportamiento.
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El pensamiento sistémico surgió hacia
el final de la Segunda Guerra Mundial,
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cuando la Fuerza Aérea de EE. UU.
se dio cuenta de que
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muchos de sus aviones se estrellaban
sin ningún problema mecánico.
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¿Su conclusión?
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"Nuestros pilotos son idiotas".
00:09:09
(Risas)
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Así que contrataron a algunos consultores
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para que les ayudaran a seleccionar
pilotos menos propensos a errores.
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Cuando los consultores investigaron,
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descubrieron que no tenían
ningún problema con el piloto.
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Tenían un problema con la cabina.
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Por ejemplo, los pilotos confundían
las empuñaduras de las marchas,
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que tenían el mismo aspecto y tacto
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si estaban ubicadas
una al lado de la otra.
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O mezclaban los controles
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si estaban en una posición diferente,
en un modelo de avión diferente.
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Diseña mejores cabinas,
concluyeron los consultores,
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y tendrás menos accidentes.
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Por eso, la Fuerza Aérea
de EE. UU. diseñó la solución
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simplificando el diseño de la cabina.
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Del mismo modo, cuando
dejé de culpar a mis hijas,
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me di cuenta de los factores ambientales
que influían en su comportamiento.
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Diseñé la solución poniendo
relojes y un cronograma
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para que tuvieran la información
que necesitaban para tomar la iniciativa.
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En lugar de preguntar:
“¿De quién es la culpa?“.
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Pregunte: “¿Dónde se
interrumpió el proceso?”
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Esta pregunta es su arma secreta
para cortocircuitar el juego de culpas
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y encontrar soluciones
sostenibles a tus problemas.
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Recuerda que
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no puedes inspirar
responsabilidad en los demás
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hasta que tú mismo la asumas.
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La próxima vez que
se encuentren con un problema,
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prueben esta secuencia de hábitos
y observen cómo cambian sus resultados.
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No culpen.
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Mírense al espejo. Y diseñen la solución.
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Sean el cambio
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que quieren ver en los demás.
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Nuestro mundo necesita
desesperadamente más personas
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que se hagan cargo de
los problemas y las soluciones.
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En nuestros lugares de trabajo,
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en nuestros hogares y en nuestra sociedad.
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Y el secreto es que,
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conforme modeles estos comportamientos,
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también lo harán quienes te rodean.
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Es una especie de magia.
00:11:20
Gracias.
00:11:21
(Aplausos)