Los Espejismos de la Prisa - Taoísmo

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Ringkasan

TLDREl texto reflexiona sobre la velocidad en la vida moderna y cómo esta ha llegado a ser una virtud suprema, a menudo a expensas de nuestro bienestar. Se argumenta que la prisa nos agota y nos aleja de relaciones significativas y de la belleza del mundo. En contraste, se propone la lentitud como un camino hacia una vida más plena, inspirándose en enseñanzas taoístas que enfatizan la importancia de respetar los ritmos naturales. La lentitud no es vista como una forma de inacción, sino como una manera de profundizar en nuestras experiencias y de vivir con mayor conciencia y conexión con el mundo.

Takeaways

  • ⏳ La velocidad se ha convertido en un ídolo en la vida moderna.
  • 🌱 Ralentizar permite recuperar el ritmo natural de la vida.
  • 🌼 La lentitud no es pereza, sino una forma de sabiduría.
  • 🌊 La naturaleza sigue su propio ritmo, enseñándonos a respetar ciclos.
  • 🧘‍♂️ La atención plena transforma lo ordinario en extraordinario.
  • 🌌 La lentitud fomenta una conexión más profunda con el mundo.
  • 💫 Ralentizar es un acto de resistencia en un mundo acelerado.
  • 🌳 Cada cosa tiene su tiempo y su momento de maduración.
  • 🕊️ La verdadera claridad se encuentra en la calma y la reflexión.
  • 🌈 La alegría simple de existir se revela en la lentitud.

Garis waktu

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    En la actualidad, la velocidad se ha convertido en un valor supremo, donde la espera es intolerable y el tiempo parece comprimirse. Esta aceleración ha traído avances tecnológicos, pero también ha agotado nuestros cuerpos y mentes, afectando nuestras relaciones. La metáfora de la tortuga y la liebre ilustra la importancia de ralentizar y encontrar nuestro propio ritmo, reconociendo que cada cosa tiene su momento adecuado.

  • 00:05:00 - 00:10:00

    El taoísmo nos enseña a respetar los ciclos naturales en nosotros mismos y en el mundo. Cada aspecto de nuestra vida tiene su propio ritmo de crecimiento y descanso. La lentitud no es una retirada del mundo, sino una forma de estar presente y consciente en nuestras acciones, lo que permite una conexión más profunda con lo que hacemos y con los demás.

  • 00:10:00 - 00:15:00

    Ralentizar nos ayuda a evitar la fragmentación de nuestra atención y a habitar plenamente nuestras experiencias. La verdadera atención transforma lo ordinario en extraordinario, permitiéndonos ver la belleza en lo simple. El taoísmo promueve una presencia total en el momento, donde cada acción se realiza en armonía con el tiempo y el espacio, evitando la prisa y el estrés.

  • 00:15:00 - 00:24:17

    La lentitud es un acto de consentimiento al ritmo de la vida, permitiendo que las cosas fluyan sin forzarlas. Este retorno a la calma y a la simplicidad nos conecta con la alegría de existir, recordándonos que la vida no es para conquistar, sino para acoger. Al ralentizar, descubrimos que el mundo siempre ha estado ahí, esperando a que dejemos de correr para poder apreciarlo.

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  • ¿Por qué la velocidad se considera una virtud en la actualidad?

    La velocidad se valora por la rapidez en la ejecución y la instantaneidad de las comunicaciones, pero esto puede llevar al agotamiento y a la pérdida de conexiones significativas.

  • ¿Qué beneficios trae la lentitud?

    La lentitud permite una mayor atención a los detalles, una conexión más profunda con el mundo y una vida más consciente.

  • ¿Cómo se relaciona el taoísmo con la lentitud?

    El taoísmo enseña a respetar los ritmos naturales de la vida, promoviendo la idea de que cada cosa tiene su tiempo y que la lentitud puede ser una forma de sabiduría.

  • ¿Qué consecuencias tiene la prisa en nuestras vidas?

    La prisa puede llevar al agotamiento físico y mental, a relaciones superficiales y a una incapacidad para disfrutar del presente.

  • ¿Cómo se puede practicar la lentitud en la vida diaria?

    Se puede practicar la lentitud al tomarse tiempo para las actividades cotidianas, meditar, y ser más consciente de los momentos presentes.

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es
Gulir Otomatis:
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    Observe una calle en la ciudad enor
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    punta, los rostros tensos, los pasos
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    apresurados, las miradas fijas en las
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    pantallas. Escucha el ritmo jadeante de
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    las
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    notificaciones, el zumbido incesante de
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    las máquinas, el tic tac acelerado de
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    nuestras vidas modernas. Nuestra época
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    cultiva la velocidad como una virtud
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    suprema, rapidez de ejecución,
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    instantaneidad de las
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    comunicaciones, aceleración constante de
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    los procesos.
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    Hemos creado una civilización donde la
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    espera se ha vuelto
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    intolerable, donde el espacio entre dos
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    acciones se ha reducido hasta
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    desaparecer, donde el tiempo mismo
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    parece
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    contraerse. Más rápido se ha convertido
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    en el mantra invisible que gobierna
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    nuestros días. más rápido producir, más
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    rápido consumir, más rápido vivir. Esta
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    carrera desenfrenada ciertamente nos ha
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    traído maravillas tecnológicas y
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    comodidades materiales desconocidas para
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    nuestros
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    antepasados. Pero, ¿a qué precio?
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    Nuestros cuerpos se agotan, nuestras
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    mentes se agitan, nuestras relaciones se
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    desmoronan.
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    En nuestro mundo la velocidad es un
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    ídolo. Los relojes dictan nuestros
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    pasos. Las pantallas roban nuestras
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    miradas y corremos creyendo que cuanto
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    más rápido vayamos, más
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    viviremos. Pero mira la tortuga que
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    avanza tranquila bajo el peso de su
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    casa. No compite con la liebre, sigue su
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    propio tempo y llega. Ralentizar es
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    recuperar ese ritmo natural. Es
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    comprender que cada cosa tiene su
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    momento. La flor se abre cuando el sol
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    la llama, no
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    antes. En los textos antiguos del
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    taoísmo, como en los murmullos de los
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    maestros olvidados, encontramos esta
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    misma
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    invitación. Deja de agitarte como una
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    mariposa atrapada en su propia luz. La
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    verdadera claridad no está en la
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    excitación del instante, sino en la
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    lenta decantación del ser. Cuando
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    corremos sin cesar, no es solo nuestro
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    cuerpo el que se agota, es nuestra
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    mirada la que se nubla.
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    Nos volvemos incapaces de percibir la
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    simplicidad del mundo, su belleza
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    desnuda ofrecida a quien sabe
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    detenerse. Quien ralentiza no es un
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    soñador desconectado, sino un caminante
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    atento. Ve lo que otros ya no ven. El
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    juego de la luz sobre una superficie de
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    agua, la respiración profunda de un
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    árbol en el viento, el olor de la tierra
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    después de la lluvia.
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    No hace menos que los demás, hace otra
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    manera. Devuelve al mundo un espesor que
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    la velocidad ha vuelto invisible.
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    Es sorprendente constatar hasta qué
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    punto la lentitud suscita hoy miedo. En
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    las oficinas, en los transportes, en las
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    vidas, todo debe ir rápido, producir,
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    rendir. Hemos confundido velocidad y
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    valor, precipitación e importancia.
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    Pero en esta carrera colectiva, ¿quién
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    se toma el tiempo de
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    preguntarse hacia dónde corremos
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    exactamente? Frente a esta aceleración
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    que parece inexorable, la sabiduría
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    milenaria del taoísmo nos ofrece un
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    contrapunto precioso, porque los
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    maestros taoístas comprendieron hace más
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    de dos milenios lo que nuestro mundo
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    frenético nos hace olvidar.
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    El verdadero poder no reside en la
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    precipitación, sino en el arte sutil de
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    ralentizar. La naturaleza no conoce la
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    precipitación. Las estaciones se suceden
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    según su propio ritmo, inmutable y
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    perfecto. El invierno no intenta
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    convertirse en primavera antes de
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    tiempo. La semilla no se esfuerza por
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    convertirse en flor en un día.
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    Cada cosa tiene su tiempo, su ritmo
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    propio, su maduración
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    necesaria. Chy en sus parábolas cuenta
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    la historia de un hombre que quería
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    acelerar el crecimiento de sus plantas
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    tirando de sus tallos. Murieron
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    sofocadas por una impaciencia que
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    ignoraba su ritmo propio. Tranxi,
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    capítulo 2. La lección es clara. Forzar
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    el curso de las cosas.
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    es alejarse del
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    Dao. El taoísmo nos enseña a respetar
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    estos ciclos naturales, no solo en el
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    mundo que nos rodea, sino también en
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    nosotros mismos. Nuestro cuerpo, nuestra
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    mente, nuestros proyectos, nuestras
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    relaciones. Todos tienen sus estaciones,
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    sus periodos de crecimiento activo y sus
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    tiempos de descanso e integración.
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    Sang decía, "El mundo está demasiado
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    lleno de cosas y los hombres se pierden
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    en él. No es tanto la multitud de
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    objetos lo que nos abruma, sino la
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    dispersión de nuestra
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    atención. El sabio taoísta no busca
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    hacerlo todo, busca estar ahí plenamente
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    en lo que hace. Una acción realizada con
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    lentitud y conciencia posee una
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    profundidad que 10 gestos precipitados
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    no pueden
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    alcanzar. Ralentizar no es retirarse del
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    mundo, es arraigarse en él más
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    profundamente, es pasar de la superficie
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    de las cosas a su corazón.
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    El gesto del calígrafo, por ejemplo, no
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    es eficiente en el sentido moderno. Es
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    lento, respirado,
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    habitado. Cada trazo requiere una
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    presencia total y en esta simplicidad
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    hay una intensidad que nada puede
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    imitar, pero hace falta coraje para
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    ralentizar porque la lentitud hoy es
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    sospechosa, se asocia con la pereza, la
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    pérdida, la desconexión.
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    Sin embargo, quizás sea lo contrario.
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    Cuanto más corremos, más huimos y cuanto
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    más huimos, más nos alejamos de nosotros
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    mismos. La lentitud no es enemiga del
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    progreso, es su conciencia. requiere una
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    forma de fe. Fe en la maduración
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    invisible, fe en lo que se construye sin
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    ruido. Cuando ignoramos estos ritmos
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    naturales, cuando intentamos forzar una
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    floración perpetua sin permitir el
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    barbecho necesario, creamos un
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    desequilibrio que tarde o temprano se
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    manifestará mediante el agotamiento, la
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    enfermedad o el
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    fracaso, como dice la OTS.
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    Si tienes prisa, nunca
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    llegarás. En un pequeño tratado
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    olvidado, el maestro Luhong escribía,
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    "El hombre apresurado olvida que la vida
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    no responde a órdenes, sino a
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    invitaciones. La vida no se abre bajo
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    coacción, sino bajo la dulzura. La fruta
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    no madura más rápido porque la miremos
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    fijamente. El río nos ensancha porque lo
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    exijamos.
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    Todo sigue una curva lenta, secreta, que
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    hay que respetar si se quiere vivir en
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    armonía. Ralentizar también es aprender
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    a dejar que las cosas vengan.
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    En un mundo que quiere controlarlo todo,
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    planificarlo todo, medirlo todo. Esto
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    parece casi herético, pero hay una
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    inteligencia en la
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    relajación, un saber antiguo que nos
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    dice, "Suelta y verás con claridad."
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    El fruto más hermoso de la lentitud es
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    quizás esto, la lucidez dulce, una forma
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    de claridad tranquila que no juzga, que
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    no compara, sino que ve con ternura.
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    Quienes viven lentamente desarrollan una
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    escucha más fina, no
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    reaccionan, responden, no se apresuran a
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    llenar los silencios, los habitan.
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    Y en esta escucha del mundo hay otra
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    relación con el tiempo, un tiempo que ya
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    no es lineal, sino vivo,
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    respirando. Cada instante se convierte
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    en un mundo, cada gesto en una
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    ofrenda. Cuando corremos sin cesar,
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    nuestra atención se fragmenta. Estamos
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    físicamente aquí, mentalmente en otra
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    parte, emocionalmente dispersos. Esta
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    disociación constante nos impide habitar
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    plenamente nuestra vida, saborear
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    verdaderamente nuestras
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    experiencias, relacionarnos
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    auténticamente con los demás y con el
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    mundo. El taoísmo cultiva, por el
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    contrario, una presencia total en el
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    instante, no una presencia forzada o
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    tensa, sino una apertura natural a lo
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    que es aquí y ahora.
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    Esta calidad de atención transforma lo
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    ordinario en
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    extraordinario. De repente, una taza de
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    té se convierte en una experiencia
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    cósmica. Un paseo por la naturaleza
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    revela maravillas
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    insospechadas. Una conversación simple
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    se profundiza en un encuentro verdadero.
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    La se decía, "El Tao nunca tiene prisa,
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    sin embargo, todo se cumple. Esto no
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    significa que nada deba hacerse, sino
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    que todo debe hacerse en armonía. Hay
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    momentos para actuar rápido, sí, pero
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    estos momentos son raros. Y su justeza
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    viene precisamente del hecho de que
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    emergen de un largo
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    silencio. No estamos hechos para ser
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    máquinas. Incluso las máquinas, por
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    cierto, se desgastan si nunca se les
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    permite descansar.
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    El ser humano necesita ritmo, pausa,
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    lentitud, vacío. El vacío no es una
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    pérdida, es un espacio de
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    acogida. Como un cuenco vacío puede
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    recibir agua, la mente vacía puede
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    acoger el
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    instante. El taoísmo no promueve la
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    inmovilidad total, ni rechaza la acción
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    en sí.
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    Busca más bien el equilibrio dinámico,
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    el shong, ese justo medio donde la
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    acción y el reposo, el esfuerzo y el
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    abandono, la velocidad y la lentitud se
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    complementan
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    armoniosamente. Porque hay momentos en
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    que la rapidez es apropiada, donde la
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    urgencia es real, donde la intensidad es
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    necesaria. El sabio taoísta no se
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    encierra en una lentitud dogmática.
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    adapta su ritmo a las circunstancias,
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    como el agua adapta su curso al terreno
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    que
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    atraviesa. La cuestión no es, por tanto,
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    rechazar toda forma de velocidad, sino
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    desarrollar la sabiduría de discernir
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    cuándo acelerar y cuándo ralentizar.
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    Cuando nuestras sociedades valoran
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    exclusivamente la
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    aceleración, el simple hecho de
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    reintroducir la lentitud como opción
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    viable se convierte en un acto de
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    resistencia y de
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    sabiduría. Esta sabiduría del ritmo
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    justo nos permite evitar dos escollos.
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    Por un lado, el agotamiento frenético de
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    quienes corren sin cesar. Por otro, el
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    estancamiento de quienes por miedo o por
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    inercia rechazan todo
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    movimiento. Entre estos dos extremos se
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    encuentra la vía del medio, ese flujo
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    natural donde alternan
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    armoniosamente los tiempos de acción
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    intensa y los periodos de recuperación
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    profunda, los momentos de compromiso con
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    el mundo y los retiros necesarios.
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    La paradoja última de la ralentización
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    taoísta es que no nos lleva al
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    inmovilismo, sino a una forma más
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    profunda y duradera de
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    progresión, como la tortuga de la
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    fábula, que por su constancia tranquila
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    finalmente supera a la liebre
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    impetuosa. Quien sabe ralentizar a
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    menudo avanza más lejos que quien se
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    precipita.
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    Porque ralentizar nos permite discernir
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    el camino verdadero entre las numerosas
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    diversiones que se nos ofrecen. Nos da
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    el espacio para alinear nuestras
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    acciones con nuestros valores profundos.
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    En lugar de reaccionar constantemente a
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    las urgencias
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    aparentes, nos ofrece la posibilidad de
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    cultivar la calidad en lugar de la
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    cantidad, tanto en nuestras
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    realizaciones como en nuestras
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    relaciones. El viejo Laosé, que viajaba
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    tranquilamente sobre su búfalo,
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    sonreiría, sin duda, al ver a nuestras
  • 00:14:13
    sociedades redescubrir, después de
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    siglos de aceleración
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    tecnológica, esta simple verdad que ya
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    enseñaba hace 2500 años.
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    El camino más directo hacia una vida
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    plena no siempre es el más
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    rápido. A veces hay que saber detenerse
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    para ver el
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    camino. A veces hay que ralentizar para
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    avanzar
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    verdaderamente. Ralentizar es volver a
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    la mano invisible que sostiene todas las
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    cosas. Es dejar de forzar la corriente
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    para dejarse llevar por ella.
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    Como una hoja sigue al río sin
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    ahogarse. Los sabios del Tao decían,
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    "Aquel que se borra se convierte en el
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    mundo." Al ralentizar nos despojamos de
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    pretensiones, impaciencias, ilusiones de
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    control. Nos volvemos más porosos al
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    aliento que anima todo, esa presencia
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    íntima y sin forma que el ruido de
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    nuestros días demasiado llenos nos
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    oculta. Existe un tiempo que no es el de
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    los relojes, un tiempo sin urgencia, 50
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    atrás, donde cada cosa sucede cuando
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    está lista y no cuando se le ordena.
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    Este tiempo es el del cielo y de la
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    tierra, del crecimiento silencioso de
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    los árboles, del despliegue secreto de
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    las estrellas. Al ralentizar,
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    reaprendemos a escuchar esta respiración
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    cósmica, a inscribirnos en ella sin
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    violencia, como una rama acepta el
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    viento. La verdadera lentitud no es
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    inercia, es una vigilia interior, una
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    atención ofrecida.
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    No intentes entender los misterios,
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    vívelos, decía La Ozse. Lo mismo ocurre
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    con la lentitud. No es una técnica ni
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    una estrategia, sino un acto de
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    abandono, un consentimiento al ritmo
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    profundo del
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    ser. En ese silencio que sigue a la
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    desaceleración, otra inteligencia
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    despierta, no la del análisis, sino la
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    de la comunión.
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    La mente deja de cortar, comparar,
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    calcular.
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    Comienza a ver con una mirada única, a
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    sentir con un corazón
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    unificado. Allí lo que parecía separado
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    se revela misteriosamente
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    conectado. Lo que parecía vacío se
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    vuelve
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    pleno. Quien ralentiza entra en el
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    secreto del mundo. Ve que la vida no es
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    para conquistar, sino para acoger. Que
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    la fecundidad no viene de la agitación.
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    sino de la paciencia, que el fruto más
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    dulce es el que madura en la sombra, en
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    el hueco de las
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    estaciones. El Tao es como el agua
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    enseña el Xangsi, nutre todo sin
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    rivalizar, fluye sin esfuerzo hacia los
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    lugares más bajos. De igual manera,
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    nuestro ser profundo busca la humildad
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    más que la victoria, la receptividad más
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    que la ambición.
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    En esta dulzura encuentra su verdadera
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    fuerza, porque la lentitud en el fondo
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    es el aprendizaje del
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    consentimiento. Consentir a lo que es
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    sin forzar, sin huir. Cons sentir a
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    nuestro camino como se consciente al
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    amanecer, no por resignación, sino por
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    confianza.
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    Confianza en que la vida dejada a su
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    ritmo cumple en nosotros una obra que no
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    sabríamos
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    fabricar. Quien sabe ralentizar descubre
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    que el mundo nunca ha dejado de ser
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    luminoso. No es el mundo el que estaba
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    oscuro. Era nuestra mirada la que estaba
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    turbada por la prisa. Cuando el ojo
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    interior recupera su
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    limpidez, entonces la menor piedra, el
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    más leve soplo de viento, el gesto más
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    ínfimo se convierte en signo y
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    ofrenda. Pero esta invitación a la
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    lentitud requiere coraje porque nos
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    confronta con nosotros mismos.
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    En el silencio de las pausas, las voces
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    interiores despiertan, las dudas, los
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    recuerdos, las
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    aspiraciones. Shangi cuenta la historia
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    de un hombre que huyendo de su sombra
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    corría sin cesar hasta derrumbarse.
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    Capítulo
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    31. Ralentizar es atreverse a enfrentar
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    esa sombra, no para combatirla, sino
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    para acogerla. es sentarse con ella como
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    uno se sienta con un viejo amigo y
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    descubrir que no es enemiga, sino parte
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    del todo. Y en esta aparente inmovilidad
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    se produce una alquimia. La mente
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    liberada de la dispersión se calma. El
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    corazón liberado de la prisa se abre.
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    Comenzamos a ver lo que la velocidad nos
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    robaba, la luz que danza sobre el agua.
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    La sonrisa fugaz de un transeunte, la
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    paciencia de un árbol que se eleva sin
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    ruido. Estas pequeñas epifanías no son
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    distracciones, son recordatorios de que
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    lo sagrado está ahí en lo ordinario,
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    esperando a que lo
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    miremos. El taoísmo también nos enseña
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    la humildad de la lentitud. Quien se
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    apresura tropieza dice Laotsé, capítulo
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    24, la precipitación es una ilusión de
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    importancia, un intento de dominar el
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    tiempo, pero el tiempo como el Tao no se
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    deja poseer. Se ofrece a quien lo acoge
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    con respeto, quien acepta no entenderlo
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    todo, no controlarlo todo. Ralentizar es
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    reconocer que no somos los dueños del
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    mundo, sino sus huéspedes invitados a
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    bailar con él en una armonía frágil. El
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    mayor de los tesoros no se encuentra al
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    final de una carrera
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    desenfrenada, sino en el hueco del paso
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    simple, del aliento tranquilo, de la
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    mirada pacificada.
  • 00:20:50
    Así, en el secreto del paso ralentizado,
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    otra vía se abre, la del retorno. No un
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    retorno hacia atrás, sino un retorno
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    hacia adentro, hacia ese lugar
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    silencioso de donde nace toda cosa,
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    donde nada está aún separado ni
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    disperso. Fan, el retorno, decía la OTS,
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    es el movimiento del Tao. Todo lo que se
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    aleja debe un día volver.
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    Todo lo que se agita termina por
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    apaciguarse en la espiral de las
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    estaciones, en el latido de los días y
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    las noches, en el flujo de las mareas,
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    es siempre este movimiento del retorno
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    el que obra en
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    secreto. Quien ralentiza entra en esta
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    respiración profunda del mundo. Ya no
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    busca capturar el instante, sino ser
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    capturado por él.
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    Ya no se esfuerza por conquistar su
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    vida, sino por armonizarse con ella como
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    un instrumento afina sus cuerdas a la
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    música. Y entonces en este
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    consentimiento algo olvidado resurge. La
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    alegría simple de existir, sin
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    condición, sin mérito. No una alegría
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    ruidosa, brillante, sino una alegría
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    suave, tejida de silencio y gratitud.
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    Ralentizar no es solo cambiar de
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    velocidad, es cambiar de mirada. No es
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    huir de las responsabilidades, sino
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    arraigar nuestras acciones en un suelo
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    más
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    profundo. No es rechazar el esfuerzo,
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    sino purificar la intención que lo
  • 00:22:29
    sostiene. El sabio antiguo no se
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    contentaba con enseñar la economía del
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    gesto. Revelaba una manera de ser, una
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    forma de caminar en el mundo con
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    ligereza, con respeto, con asombro.
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    sabía que la lentitud no es un fin en sí
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    misma, sino una puerta hacia la
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    justera fecundidad.
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    Quien ralentiza descubre que el mundo
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    nunca ha dejado de esperarlo, que el
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    canto del viento en los árboles, que la
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    risa de los niños, que el silencio de
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    las colinas, que el resplandor de una
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    estrella en el alba pálida.
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    Todo esto estaba allí paciente,
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    suspendido, listo para acogerlo en
  • 00:23:24
    cuanto dejara de
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    correr. Entonces el alma recuerda,
  • 00:23:29
    recuerda que antes de la carrera estaba
  • 00:23:32
    la marcha, que antes de la ambición
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    estaba el impulso, que antes del
  • 00:23:37
    proyecto estaba la vida simple
  • 00:23:40
    entregada. Y en esta memoria
  • 00:23:43
    recuperada, aprende a no temer más la
  • 00:23:47
    lentitud, sino a descansar en ella.
  • 00:23:50
    Como un viajero
  • 00:23:52
    cansado, posa por fin su cabeza contra
  • 00:23:55
    la tierra tibia bajo un cielo sin
  • 00:23:59
    límites.
  • 00:24:06
    [Música]
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