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Hoy quiero hablarte de la peor crisis existencial
que he tenido estudiando filosofía y de lo que
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aprendí de esta experiencia, porque creo que
te puede ahorrar muchos dolores de cabeza. Y
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si alguien no me conoce, me llamo Enric, llevo
más de 10 años estudiando, dedicado en cuerpo y
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alma a estudiar filosofía, y aún así, hubo un día
en que la filosofía, ¡mi amada filosofía!, casi
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me rompió. He de confesar que no recuerdo muy bien
cuándo empecé a plantearme cuestiones filosóficas.
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Tengo el vago recuerdo, por ejemplo, de tener
11, 12, 13, 14 años, no sé, en ese periodo, e
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ir un día a la nevera a buscarme los ingredientes
para hacerme un bocadillo porque tenía hambre,
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abrir la nevera y de pronto verme asaltado por la
pregunta de qué es lo que hace que yo sea yo en
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vez de mi hermano, mi madre o mi padre. Me acuerdo
también de tener muchas inquietudes acerca de la
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muerte, el sentido de la vida, la libertad,
Dios, el alma, el espíritu, etcétera. O sea,
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básicamente, la idea es que yo era un chaval con
muchas preguntas, y con preguntas muy abstractas,
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muy extrañas, muy existenciales, pero no
sabía todavía que eran preguntas filosóficas.
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Simplemente, yo las tenía dentro, me las hacía,
intentaba reflexionar por mi cuenta y, bueno,
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pues simplemente me quedaba con la pregunta. Hasta
que por fin me tocó, a la edad de 16 años más o
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menos, la asignatura de filosofía. Y entonces
descubrí que existía una disciplina viva que se
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hacía justamente esas mismas preguntas que tanto
me preocupaban a mí y en la que habían trabajado
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durante más de 25 siglos algunas de las mentes
más brillantes de la humanidad. Y bueno, está
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clarísimo, me enamoré, me enamoré de la filosofía.
Así que os podéis imaginar que, poco a poco, fue
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naciendo en mí la decisión de estudiar filosofía
como carrera y de poder dedicarme a ella en un
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futuro. Quería aprender más de todas estas grandes
mentes, de todas estas grandes preguntas, quería
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explorar más el campo de las posibles respuestas.
Y honestamente, nunca me he arrepentido de esa
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decisión de estudiar filosofía y creo que nunca me
voy a arrepentir. Pero sí que es verdad que hubo
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un día, hubo un día en el que estuve a esto,
a esto de arrepentirme, por lo que os voy a
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explicar. Pero al principio todo iba genial, yo
estaba aprendiendo filosofía, estudiando, leyendo
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a todos los grandes filósofos, y poco a poco iba
formando mi propia posición filosófica en muchas
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de esas grandes preguntas que a mí me preocupaban
y me seguían preocupando. Pero, y ahora es cuando
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nos acercamos al momento clave de esta historia,
por ahí, en tercero de carrera si no recuerdo mal,
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me topé con un planteamiento filosófico con el
que yo no estaba preparado para toparme en ese
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momento. Y esto fue la lectura de un autor que
yo interpreté que estaba argumentando que el amor
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no existe. Sí, o sea, que el amor no existe, que
todo lo que nosotros llamamos amor, que llamamos
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relaciones de amor, relaciones de amistad, incluso
amorosas, etcétera, son en realidad relaciones de
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poder, relaciones de injusticia, son en realidad
máscaras. No, que el amor es como una máscara
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tras la cual se esconde la voluntad de poder y la
voluntad de dominio. Que yo, cuando digo que amo a
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tal persona, sea mi hermano, mi madre, mi novia,
mi hijo, en realidad lo que estoy diciendo es
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una especie de autoengaño, una especie de ilusión
para esconder incluso de mí mismo la voluntad que
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yo tengo de dominar al otro. Que en realidad el
amor no es amor, no es lo que entendemos por amor,
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sino que es en el fondo violencia, violencia
pura, el intento descarado de un individuo de
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imponerse sobre otro individuo llamándolo amor. Y
este planteamiento realmente me trastocó. O sea,
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a lo mejor os puede parecer una tontería, vale, a
cada uno le trastocan las cosas que le trastocan,
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pero a mí en ese momento me trastocó porque
leyendo a ese autor me entró la duda radical de,
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efectivamente, si lo que estaba diciendo era
correcto, de si yo, lo que yo llamaba amor,
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era en realidad violencia. Y que cuando yo digo o
pienso que mi madre me ama realmente por ser quien
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soy, de una manera incondicional, si eso no será
simplemente una máscara de la voluntad de dominio
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que mi madre tiene sobre mí, y al revés. A
lo mejor lo que yo llamo amor hacia otras
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personas es en realidad la máscara hipócrita de la
violencia. Y eso me rompió por dentro porque si lo
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que este autor dice es verdad, estaba pensando
yo, toda mi vida es una mentira y, en realidad,
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me tengo que liberar de las relaciones con
otras personas porque son relaciones que no me
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están perfeccionando, no me están haciendo mejor,
sino que me están limitando, me están coartando,
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me están cortando las alas en ciertos sentidos,
sin que yo me dé cuenta. El amor no es algo
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que me libera, es algo que me somete. Y estuve
muy, muy, muy jo[__], o sea, en serio, recuerdo
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conversaciones con la que era entonces mi novia,
que hoy es mi mujer, en las que yo le explicaba
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esto y le decía: "Es que a lo mejor es verdad, es
que a lo mejor nuestra relación está basada en la
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violencia", y ella me escuchaba como diciendo
"Hmmm". Empecé a sentirme como que estaba entre
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la espada y la pared, como que estaba ante una
decisión. Realmente tenía que tomar la decisión
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de si este autor estaba diciendo la verdad o no.
Porque si estaba diciendo la verdad, tenía que
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cambiar mi vida de un modo radical; no podía estar
persiguiendo el amor ni podía dejarme engañar por
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el supuesto amor de otras personas hacia mí. Sino
que tenía que liberarme de todo eso para realmente
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alcanzar mi verdadero yo. Pero al mismo tiempo,
si optaba por seguir a este autor y, en realidad,
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lo que este autor decía era falso, pues estaba
justamente perdiendo lo mejor que la vida humana
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te puede ofrecer, que es el amor hacia otras
personas, el amor interpersonal. Entonces, yo
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creo que fue como la primera vez que experimenté
realmente un choque de cosmovisiones frontalmente
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opuestas entre sí, y me estaba exasperado porque
no veía ninguna manera de refutar lo que este
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autor estaba diciendo. No veía ninguna manera
de demostrar que el amor no es una máscara de
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la voluntad de poder. Y yo necesitaba en ese
momento demostrarlo, necesitaba demostrar que
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lo que este autor decía era falso, porque si no lo
podía demostrar, tenía que permanecer agnóstico.
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Tenía que suspender el juicio con respecto a si
el amor es una máscara de la violencia o no. Y
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os imagináis vivir la vida suspendiendo el juicio
acerca de la realidad ontológica del amor. O sea,
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eso es invivible. Es realmente difícil
transmitiros el estado interior en el que
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me encontraba, y no sé si estoy haciendo un gran
trabajo en esto, pero espero que os esté llegando
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la preocupación que yo tenía en ese momento. A lo
mejor os parece una tontería, y en el fondo es una
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tontería, como voy a decir ahora a continuación,
pero es una tontería cuando consigues verlo desde
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fuera. Viéndolo desde dentro, en el estado en
el que yo estaba, no era para nada una tontería,
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sino que era algo muy decisivo en lo que se jugaba
realmente el sentido de todas las cosas. Entonces,
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¿qué pasó? ¿Terminé yendo con este autor y ahora
pienso que el amor es una máscara de la violencia?
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Obviamente no. Pero... ¿cómo escapé entonces
de la duda radical? Digamos que me di cuenta,
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y creo que esta es la enseñanza que saqué de
este episodio de mi vida y es lo que me gustaría
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transmitiros a vosotros para que os oriente
también en vuestro propio camino filosófico,
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si lo queréis tomar. Me di cuenta de que había
caído en un error, había caído en una imagen
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errónea, equivocada de la filosofía. Había caído
en el error de pensar que la filosofía consiste
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y tiene que consistir en dudar de todo. Y es
curioso porque es una imagen bastante extendida
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de la filosofía. O sea, ¿quién no la ha escuchado
alguna vez? "La filosofía es dudar de todo, la
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filosofía consiste en poner la duda en el centro,
la filosofía consiste en pedir demostraciones
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absolutas de todas las cosas, en alcanzar certeza
apodíctica acerca de las distintas cuestiones,
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y si no, suspender el juicio", etcétera. Es
una visión bastante extendida de lo que es la
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filosofía. Pero claro, bueno, esa es una imagen de
la filosofía que uno la puede más o menos mantener
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desde un punto de vista existencial hasta que
se encuentra con este tipo de cuestiones. Pero,
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viviendo en mis propias carnes las consecuencias
que eso estaba teniendo para mi propia existencia,
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pues me di cuenta de que la filosofía no podía
realmente consistir en eso, ¿no? O, como mínimo,
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que no tenía por qué ser eso. Digamos, como
mínimo, que es legítimo dudar, poner en duda que
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la filosofía consista en dudar de todo. Descubrí
que había otra manera más humana, más adecuada
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desde el punto de vista humano de enfocar la
actividad filosófica. Me di cuenta de que la
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filosofía no tiene por qué empezar de cero, sino
que empieza con una serie de puntos de partida
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que el propio ser humano, el propio filósofo,
en su propia experiencia humana del mundo,
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aprende directamente acerca de las cosas. O sea,
porque a veces creo que los filósofos nos gusta
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tanto reflexionar en abstracto sobre las cosas que
nos terminamos pensando como que somos una especie
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de mentes flotantes en el vacío a las cuales se
les presentan los distintos argumentos y ellas
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tienen que decidir como desde el vacío, desde
el cero, desde la ignorancia absoluta, cuáles
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de los argumentos son los correctos. Pero esa no
es realmente la situación del filósofo, porque
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el filósofo no es un puro espíritu abstracto, es
un hombre en el mundo. Y como hombre en el mundo,
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tiene ya en su experiencia directa con las cosas
y consigo mismo la aprehensión de muchas verdades.
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No es como si yo soy un fantasma abstracto que
nunca ha experimentado el amor y que, por tanto,
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se me presentan argumentos a favor y en contra
de la naturaleza del amor y entonces tengo que
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decidir en el vacío, en el abstracto, acerca de
uno de los dos. Es que yo tengo experiencia de lo
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que es el amor, tengo experiencia de qué es amar
y qué es ser amado, y es esa experiencia que yo
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tengo de las cosas, y en concreto del amor, la que
es mi punto de partida y la que tiene que juzgar,
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es el criterio que tiene que juzgar los distintos
sistemas filosóficos que se me proponen como
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verdaderos. Que venga un filósofo random a decirme
"Mira, yo tengo esta teoría filosófica de la que
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se sigue que tu madre en realidad no te quiere"
no es realmente un motivo para ponerme yo a dudar
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del amor de mi madre. La actitud correcta es la
inversa: el amor de mi madre, del cual yo tengo
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experiencia directa, es un motivo para dudar de la
teoría de este filósofo que tiene una consecuencia
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tan absurda, tan contraria a mi experiencia del
mundo. Es decir, lo que aprendí es que el filósofo
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necesita tomar su propia experiencia humana como
criterio falible, si se quiere, pero como criterio
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principal, como punto de partida con respecto al
cual juzgar toda otra filosofía. Porque si no lo
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hace así, es muy sencillo que quede presa del
escepticismo radical. Y el escepticismo radical
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es un vicio del filósofo, porque el filósofo
tiene algo de escéptico, tiene que tener algo de
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escéptico, pero el peligro del escepticismo es que
hay en él una especie de gustirrín que hace que
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nos sintamos superiores al común de los mortales,
cuando ponemos en duda cosas tan obvias para el
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ser humano corriente gracias a razonamientos
superelaborados que solamente podemos entender
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nosotros, los filósofos. Pero eso es un extremo,
es un vicio, y es un extremo del que realmente no
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se puede salir si uno quiere ser consistente. Si
la experiencia que yo tengo del amor de mi madre
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y del amor que yo tengo hacia otras personas no es
suficiente para refutar una teoría filosófica que
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dice que todo eso es una ilusión, entonces, ¿qué
puede ser un criterio suficiente de verdad? Y lo
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positivo de esto es que me parece una visión de la
filosofía mucho más fructífera, más constructiva
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que la visión de que la filosofía consiste en
dudar de todo. Porque si la filosofía consiste
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en dudar de todo, la filosofía solamente puede ser
un proyecto destructivo. Pero si la filosofía no
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tiene por qué reconstruir de cero todas las cosas,
sino que puede empezar por un punto de partida
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que sea aprehensible por el ser humano en su
experiencia del mundo, pues entonces la filosofía
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tiene algún futuro como camino hacia la verdad
de las cosas, como camino hacia la respuesta a
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las grandes preguntas que llevamos todos dentro.
Todo esto, por cierto, es un tema que desarrollo
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bastante más a fondo en mi libro "¿Hay Filosofía
en tu Nevera?", por si te interesara. Supongo que,
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básicamente, lo que aprendí de todo esto es que
Descartes la cagó. Y bueno, si quieres entender
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exactamente por qué digo esto, ves a ver este
otro vídeo en el que te explico cómo el intento
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de Descartes de salir del escepticismo, de
este dudarlo de todo, pues es completamente
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falaz y no funciona. Dale clic aquí para verlo.
¡Muchas gracias por verme, y no dejes de pensar!
