Cien años de soledad - capitulo 13 - Gabriel García Márquez.

Úrsula enfrenta el paso del tiempo y reflexiona sobre la crianza apresurada de su nieto José Arcadio y su partida al seminario. Memé también llega a la edad para ir al colegio de monjas. Úrsula experimenta dudas sobre su eficacia formativa debido a la vejez y la cotidianeidad que se le escapa, siendo consciente de su ceguera progresiva. A pesar de esto, desarrolla agudizados otros sentidos para seguir manejando la casa, aprovechándose de su memoria y la constancia de los hábitos familiares.

La rutina diaria genera comportamientos automáticos en la familia. Úrsula utiliza la voz de José Arcadio para reconocer colores y situaciones, debido a su ceguera. A pesar de los accidentes domésticos, sigue manejando el hogar valiéndose de su intuición. Con el tiempo, Úrsula reflexiona sobre sus descendientes, descubriendo nuevas verdades sobre ellos, como la falta de afecto de Aureliano Buendía, y revalora las acciones de Amaranta desde una perspectiva más comprensiva y amorosa.

Úrsula empieza a comprender las verdaderas motivaciones detrás de las acciones pasadas de Amaranta y del coronel Aureliano Buendía. A través de sus repentinas revelaciones en la vejez, reconoce la valentía y determinación de personajes como Rebeca y reflexiona sobre la injusticia con la que fue tratada. A pesar del aparente desvarío, sus observaciones resultan acertadas. Úrsula se percata de que no tuvo tiempo suficiente para definir la vocación de José Arcadio.

La partida de José Arcadio al seminario es un momento melancólico para Úrsula. Mientras tanto, la vida en casa cambia con la llegada de Memé y la introducción de un clavicordio. Fernanda impone normas estrictas en el hogar y relega a Úrsula a un segundo plano. El deterioro de las relaciones familiares ya es evidente con la partida de Aureliano Segundo al seminario y sus batallas por pertenencia entre la casa y Petracotes. Las diferencias con Fernanda señalan la declinación de su autoridad original.

A medida que José Arcadio Segundo toma un empleo con la compañía bananera, Fernanda impone reglas más estrictas que distancian a su entorno familiar. La vida familiar se adapta a la ausencia de Aureliano Segundo, quien se siente más desinhibido con Petracotes. Las burlas sociales provocan un cambio radical cuando Fernanda manda sus pertenencias a la casa de Petracotes, deshaciendo los lazos con su marido, mientras los rumores centran las habladurías del pueblo en sus acciones.

Dentro del caos, Aureliano Segundo y su concubina disfrutan una relación apasionada y pública, que se ve reflejada en las celebraciones y excesos en casa de Petracotes. Fernanda es víctima de la crítica social tanto por su rígida moralización como por su incapacidad para mantener a su esposo cerca. La relación libre de Aureliano Segundo sigue despertando admiración y horror, mientras la fiesta y la hospitalidad reinan en su nueva vida, ahora alejada de las restricciones impuestas por Fernanda.

Fernanda, ahora sola, encuentra consuelo en las cartas de sus hijos mientras Memé vuelve con una compañía numerosa de monjas y compañeras. La visita causa estragos y revela la falta de preparación de Fernanda para manejar situaciones caóticas. Las tensiones se revelan, evidenciadas por las limitaciones del hogar y el surgimiento de conflictos con el Coronel Aureliano Buendía, quien habita su propio mundo de recuerdos disonantes dentro de la misma casa.

En un ambiente de rutina opresiva, el Coronel Aureliano Buendía vive aislado en su taller, donde parece haber abandonado el interés por el mundo exterior. Su interacción con José Arcadio Segundo revela poco sobre su aislamiento, ya que juntos comparten afinidades que los otros miembros de la familia no comprenden. El debilitamiento de su familia se hace evidente cuando el Coronel muestra una frialdad insensible frente a sus pasiones y urgencias pasadas.