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¿Qué es lo que realmente perdemos cuando
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creemos que estamos evolucionando? ¿Por
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qué, aún estando rodeados de
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comodidades, sentimos ese silencio
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extraño por dentro? ¿Será que el futuro
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brillante que nos prometieron era solo
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un espejismo? La sociedad moderna es una
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máquina que funciona, pero ¿para qué?
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Podría preguntarse Zigmund Bauman en uno
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de sus destellos de lucidez sociológica.
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Vivimos en la era de la abundancia,
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rodeados de posibilidades, con el mundo
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en la palma de la mano, literalmente,
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pero cada vez más alejados de nosotros
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mismos. Biung Chul Han, con la frialdad
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quirúrgica de quien observa al paciente
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terminal de la modernidad, ya escribió
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que la sociedad del rendimiento produce
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depresivos y fracasados. Y no es difícil
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entender por qué, porque mientras nos
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enseñan a correr, nadie nos enseña a
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detenernos. Mientras nos programan para
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buscar, nadie nos muestra cómo
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encontrar. Tal vez tú también lo
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sientes. Una angustia silenciosa que
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aparece en los momentos de pausa, en las
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tardes de domingo, en la pantalla
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congelada del celular. Esa sensación de
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que algo no está bien, incluso cuando
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todo parece estar en orden. Esa es la
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gran decepción de la sociedad moderna,
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una promesa que nos vendieron y que
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ahora empieza a mostrar sus grietas. Y
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si esa decepción fuera en realidad un
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llamado, una invitación para mirar más
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allá de la superficie brillante, desde
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pequeños nos dijeron que el mundo está
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mejorando, que hoy tenemos más que
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nuestros padres y que nuestros hijos
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tendrán aún más. La idea del progreso se
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infiltró en nuestras venas como una
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religión sin dioses, silenciosa, pero
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total. Comemos mejor, vivimos más,
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tenemos acceso inmediato a la
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información, al confort, a la movilidad
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y aún así estamos agotados,
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fragmentados, perdidos. Ese es el cruel
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paradoja del progreso. Prometió sentido,
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pero entregó velocidad. Prometió
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plenitud, pero entregó estímulos. Con
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cada avance, algo esencial fue quedando
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atrás. El tiempo sin prisa, las
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conversaciones sin reloj, el vacío
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necesario entre un pensamiento y otro.
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Bunun Chulhan advierte que vivimos en
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una era donde el exceso de positividad y
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estímulo nos impide pensar con
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profundidad. Hoy todo está permitido,
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pero la libertad se ha convertido en una
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obligación de rendir. Es decir, cuanto
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más libres nos dicen que somos, más
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presionados estamos a conquistar, a
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mostrar, a demostrar nuestro valor.
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Bauman llamaría a esto modernidad
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líquida, donde nada está hecho para
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durar, ni empleos, ni amores, ni ideas.
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Todo se escurre entre los dedos como
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arena mojada. El progreso, cuando se
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desconecta de lo humano se convierte en
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una cinta transportadora que nunca se
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detiene y en la que nunca se llega a
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ningún lado. Y tal vez esa sea la mayor
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mentira que nos ha contado nuestra era,
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que evolucionar es acumular. Acumular
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bienes, logros, seguidores, contenido,
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experiencias. Pero, ¿y lo que no se
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acumula, el silencio, la presencia, la
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sencillez? Estamos viviendo una vida
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llena, pero llena de qué. La verdad
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incómoda es que confundimos desarrollo
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con distracción y en este ritmo
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frenético nos alejamos de algo que
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ninguna tecnología puede devolvernos, la
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intimidad con nosotros mismos. Lo que
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está en juego aquí no es solo un estilo
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de vida, es el propio significado de
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vivir. Nunca habíamos estado tan
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conectados y tan solos. Vivimos rodeados
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de notificaciones, mensajes, videos
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cortos, emojis, pero cuando la pantalla
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se apaga, cuando el día termina, cuando
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el ruido se calla, el silencio revela
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algo incómodo. La mayoría de esas
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conexiones no tocan, no transforman, no
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permanecen. Buung Chulhan define este
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fenómeno con una precisión casi
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dolorosa. La comunicación digital
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elimina al otro como otro. ¿Qué quiere
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decir con esto? que en la era de los
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likes y las respuestas instantáneas, el
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otro deja de ser un misterio, una
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presencia viva y se convierte en un
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simple reflejo de nuestro propio deseo.
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No escuchamos para entender, escuchamos
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para responder rápido, sin pausa. La
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promesa era que la tecnología nos
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acercaría, pero lo que realmente acercó
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fueron apariencias, perfiles, versiones
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editadas de vidas que nadie vive en
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realidad. Estamos más cerca físicamente,
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pero emocionalmente, cada vez más lejos.
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Sigmund Baowman decía que la fragilidad
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de las relaciones modernas no es un
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accidente, sino una estrategia.
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Relaciones ligeras, fáciles de romper,
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son ideales para una sociedad de
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consumo. En otras palabras, los vínculos
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profundos son un obstáculo para un
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sistema que se alimenta de nuestra
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inestabilidad emocional. Porque quien se
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siente completo no consume. Quien tiene
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vínculos verdaderos no anda buscando
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validación desesperada en corazones
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rojos sobre una pantalla. Y eso se
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refleja en nuestra vida cotidiana.
00:05:00
Cuántas conversaciones se interrumpen
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por una notificación. Cuántas veces
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escuchamos a alguien sin estar realmente
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presentes. Vivimos distraídos de
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nosotros mismos y de los demás y de Lo
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más triste es que ya nos acostumbramos.
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La superficialidad se volvió la norma,
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la indiferencia, un mecanismo de
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defensa. El exceso de contacto nos
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desensibilizó y en el fondo todos
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sentimos algo falta, algo esencial. Esa
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es la gran ironía de la modernidad.
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Ofreció comunicación ilimitada, pero nos
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volvió incapaces de crear verdadera
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intimidad. Y tal vez la pregunta más
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honesta que podamos hacernos sea, ¿con
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quién realmente puedo contar cuando el
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mundo allá afuera se queda en silencio?
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Porque no son los contactos del celular
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quienes nos toman la mano en los
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momentos difíciles. Son las conexiones
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que no pueden medirse, no pueden
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archivarse, no pueden olvidarse. Las
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conexiones reales exigen tiempo, exigen
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presencia, exigen vulnerabilidad, pero
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también son lo que nos salva del abismo
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de la soledad. No brillan como las
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pantallas, pero calientan como el toque
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de una mano amiga en un día oscuro. Y
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ahí es donde comienza la verdadera
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revolución, en el acto radical de estar
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de verdad con el otro, despertar
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temprano, responder correos, resolver
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pendientes, cumplir metas, optimizar el
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tiempo. Si es posible hacer todo eso
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antes de las 10 de la mañana, porque al
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final el tiempo es dinero, ¿verdad?
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Vivimos bajo una lógica en la que no
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producir es casi un pecado. El descanso
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se convirtió en culpa, la pausa en
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desperdicio, el ocio en un lujo. La
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productividad fue elevada al rango de
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virtud suprema y detrás de eso se
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esconde una de las formas más
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sofisticadas de opresión de la sociedad
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moderna. Biung Chulhan no deja lugar a
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dudas. Vivimos en una sociedad del
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rendimiento donde cada quien se
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convierte en su propio explotador. Ya no
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necesitamos jefes gritando órdenes.
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Nosotros mismos nos azotamos en
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silencio, exigiendo siempre más. El
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burnout no es un accidente. Es el
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síntoma de un sistema que transformó la
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vida en un campo de batalla silencioso
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donde el enemigo lleva nuestro propio
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rostro. ¿Cuántas veces has sentido que
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necesitas ser más, producir más, rendir
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más? mostrar más. Cuántas veces te has
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comparado con quien parece estar siempre
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un paso adelante con más éxito, más
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energía, más resultados. Bauman advertía
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que el modelo actual de éxito es como
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una banda transportadora. Corres,
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corres detienes, te dejan atrás. Es una
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carrera infinita que no lleva a ningún
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lado, solo al cansancio, a la ansiedad,
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a esa sensación crónica de no ser
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suficiente. El trabajo, que podría ser
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un camino hacia la realización personal,
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se volvió un medio de supervivencia
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emocional. Trabajamos no solo por
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dinero, sino para justificar nuestra
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existencia, para tener valor, para
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merecer descanso, merecer afecto,
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merecer respeto. Pero, ¿y si todo esto
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fuera una trampa? Y si estuviéramos
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confundiendo productividad con propósito
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y si estuviéramos midiendo nuestra alma
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con reglas de Excel. El sistema nos
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enseñó que solo existimos cuando somos
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útiles, que el valor de una vida está en
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su capacidad de generar resultados. Pero
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la verdad, y tal vez duela un poco, es
00:08:24
que este modelo nunca fue diseñado para
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hacernos felices. Fue diseñado para
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funcionar, para seguir girando. Y lo que
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no gira se desecha, lo que no produce se
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vuelve invisible. Lo que desacelera es
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considerado débil. Por eso estamos
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exhaustos, porque el verdadero descanso
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exige valentía. Valentía para decir,
00:08:43
"Hoy no soy una máquina. Hoy simplemente
00:08:46
soy." Y tal vez ahí comience la
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verdadera libertad. En el momento en que
00:08:50
dejamos de medir nuestro valor por
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nuestra productividad, en el instante en
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que entendemos que el tiempo más valioso
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no es el que rinde, sino el que nos
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toca, el que nos transforma. La pregunta
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que queda es, ¿cuántas partes de
00:09:04
nosotros estamos dispuestos a sacrificar
00:09:06
en nombre de un éxito que nunca nos
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abraza de verdad? ¿Y si todo lo que
00:09:10
estamos buscando allá afuera ya
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estuviera aquí dentro? Después de correr
00:09:14
tanto, de producir, consumir,
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interactuar, compararnos, rendir, ¿qué
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queda? Un cansancio que no es solo del
00:09:22
cuerpo, sino del alma. Una inquietud
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silenciosa que susurra en los momentos
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de calma. Una pregunta que se niega a
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desaparecer. Eso es todo. Yun Chulhan
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nos recuerda que el exceso de estímulos
00:09:35
e información mata la contemplación.
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Perdimos la costumbre de detenernos, de
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observar, de simplemente existir sin
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querer convertir todo en resultados. La
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sociedad nos enseñó a hacer, pero se le
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olvidó enseñarnos a hacer. Y por eso
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estamos tan desconectados de nosotros
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mismos, porque lo esencial es silencioso
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y nos hemos vuelto sordos. Lo esencial
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no grita, espera como una pequeña llama
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en el fondo de la conciencia encendida a
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pesar del viento. Bauman diría que
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necesitamos vínculos, raíces, espacios
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donde podamos ser vistos no por lo que
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hacemos, sino por lo que sentimos, por
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lo que somos. Y para eso se necesita
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valor. El valor de nadar contra la
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corriente del ruido, de la prisa, de las
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apariencias. La verdadera transformación
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no comienza cuando obtenemos algo nuevo,
00:10:25
sino cuando nos despojamos de todo lo
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que no somos, cuando dejamos de buscar
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sentido en lo que poseemos y empezamos a
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buscarlo en lo que cultivamos.
00:10:34
Relaciones, silencios, presencias,
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gestos. Así de simple y por eso mismo
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tan revolucionario. Tal vez el mayor
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acto de resistencia hoy sea desacelerar,
00:10:44
no correr, no responder, no competir.
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Tal vez vivir con intención, con
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presencia, con verdad, sea el nuevo
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lujo, un lujo al alcance de quien se
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atreve a mirar hacia dentro. ¿Te has
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dado cuenta de que los momentos más
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significativos de la vida casi nunca
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tienen cámara, público ni publicaciones?
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Suceden en la oscuridad de un abrazo, en
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el contacto visual de una conversación
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que nadie graba, en el aroma de un café
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preparado con calma una mañana
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cualquiera. Ahí es donde habita lo
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esencial. Y si la gran decepción de la
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sociedad moderna fuera, en el fondo una
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invitación, un llamado a regresar a casa
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hacia adentro, hacia donde la vida
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realmente sucede, al final de cuentas,
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tal vez la gran decepción de la sociedad
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moderna no esté en lo que nos quitó,
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sino en lo que nos hizo olvidar quiénes
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somos, qué sentimos, qué es lo que
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realmente importa. Nos enseñaron a
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correr, pero no a llegar, a producir,
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pero no a sentir, a conectarnos, pero no
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a vincularnos. Y ahora, en medio de
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tanta abundancia, estamos redescubriendo
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que lo que más falta no se puede
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comprar, descargar ni medir. Es curioso
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como las verdades más profundas también
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son las más simples. Tú no eres tu
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productividad, tú no eres tu perfil, tú
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no eres lo que acumulas, tú eres lo que
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tocas, lo que sientes, lo que compartes
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en silencio. Tú eres la pausa entre una
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respiración y otra. Tú eres la presencia
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que permanece cuando todo lo demás se
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va. Entonces, la pregunta es, ¿qué estás
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esperando para volver a casa? ¿Sabes?
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Hace algunos años yo estaba exactamente
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en ese lugar de vacío disfrazado de
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éxito. Recuerdo una noche en particular,
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todo estaba bien, trabajo al día, casa
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ordenada, cuentas pagadas, pero había un
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hueco dentro de mí. Me senté en el sofá
00:12:30
solo, sin ruido, sin pantallas, y me
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pregunté, ¿eso es todo? Esa noche
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entendí que estaba viviendo una vida
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diseñada, pero no sentida. Era un
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reflejo de las expectativas, no de mi
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esencia. Y fue justo en ese momento que
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empecé este camino de regreso a lo
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esencial, a mí mismo. Tal vez por eso
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existe este video, porque si tú llegaste
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hasta aquí, probablemente también estés
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en ese camino. Y no estás solo, yo estoy
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contigo. Y hay mucha gente en silencio
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despertando al mismo llamado. Gracias
00:13:02
por estar aquí. Gracias por escuchar con
00:13:04
el corazón. Gracias por permitirte
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sentir. Ahora quiero ofrecerte algo que
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no es para cualquiera, pero sí es para
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ti, que llegaste hasta aquí buscando
00:13:13
respuestas más profundas sobre quién
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eres y hacia dónde va tu vida. Creé algo
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que va más allá de un libro. Construí un
00:13:20
mapa para el alma, un manual que une
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ciencia, filosofía y pensamiento crítico
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para ayudarte a romper patrones
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mentales, cuestionar tu identidad y
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reconstruirte desde la raíz. Este no es
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un ebook de frases bonitas. Es una guía
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para quien ya no soporta vivir en modo
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automático. Si sientes que algo dentro
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de ti pide cambio, evolución, claridad,
00:13:43
entonces este es tu momento. Haz clic en
00:13:46
el comentario fijado y accede ahora al
00:13:48
manual de la autotransformación.
00:13:51
No lo leas por curiosidad, léelo porque
00:13:54
tu vida depende de ello. Y si decides
00:13:56
iniciar este viaje, no serás la misma
00:13:59
persona al final del camino. Si este
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mensaje te tocó de alguna manera, te
00:14:03
pido un pequeño favor que en realidad es
00:14:06
enorme. Dale like a este video, deja un
00:14:09
comentario y suscríbete al canal. Lo sé,
00:14:11
parece solo un botón más, pero cada clic
00:14:14
es una oportunidad de que esta reflexión
00:14:16
llegue a alguien que quizás hoy la
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necesita con urgencia. Y antes de irte,
00:14:21
échale un ojo a los videos que están
00:14:23
apareciendo aquí en pantalla. Podría
00:14:25
decirte de qué tratan, pero creo que es
00:14:27
más interesante dejar que lo descubras
00:14:29
por ti mismo. Digamos que profundizan
00:14:31
aún más en algunas preguntas que solo
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empezamos a hacernos cuando el mundo se
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calla. Nos vemos allá y más que nada nos
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encontramos adentro una vez más. Hasta
00:14:41
pronto.
